El sociólogo uruguayo Gabriel Vidart dialogó con UNJURADIO sobre “Pepe” Mujica, su militancia política, sus años de cárcel, su transformación democrática y su legado latinoamericanista. Una semblanza narrada desde la memoria viva de quien compartió parte de su historia.
Gabriel Vidart, sociólogo uruguayo exiliado en Argentina, dialogó con Héctor Espinosa y Patricia Tolay desde Jujuy, para recordar la figura de José “Pepe” Mujica, a raíz de su fallecimiento. Con un relato íntimo, compartió su historia personal relacionada a la del expresidente uruguayo, la lucha armada, la prisión, el nacimiento del Frente Amplio y la firme convicción democrática de Mujica en sus últimos años.
—¿Cómo conociste a José “Pepe” Mujica y qué relación tuviste con él?
—Pepe Mujica, sin lugar a dudas, es un personaje muy importante en la vida política de Uruguay. El país se vio movilizado y fuertemente conmocionado porque fue mucho lo que dejó este hombre. Fue un personaje con varias etapas, varias vidas. Proviene de una familia humilde. Su papá fallece cuando él tenía 5 o 6 años y queda su madre a cargo de su crianza, junto a tres hermanos. Mujica se dedicó desde joven a trabajar en ferias vendiendo flores y luego desarrolló esa actividad de manera más profesional.
Estudió en el Instituto Alfredo Vásquez Acevedo, el IAVA, donde también estudié yo. Mi padre era muy amigo de Mujica y aunque Mujica era mayor que yo, era menor que mi padre. Yo lo conocí por ese vínculo familiar.
—¿Cómo fue su inicio en la militancia política?
—Hacia fines de los años 50, cuando Uruguay vivía en democracia y salía de una bonanza importante, Mujica comenzó militando en el Partido Nacional, el mismo partido contra el cual competiría toda su vida. Ocupó posiciones importantes, pero a comienzos de los 60, decepcionado por las posiciones del partido, lo abandona y funda junto a otro disidente, Enrique Erro, la Unión Popular.
Ese movimiento reflejaba el desencanto con la política tradicional. Uruguay vivía una crisis económica y una movilización popular por salarios congelados, muy golpeada tras la posguerra y el fin de la guerra de Corea. En ese contexto, la Revolución Cubana también inspiró una utopía de cambio profundo.
—¿Cuántos años tenía Mujica cuando se sumó a estas causas?
—Él nació el 20 de mayo de 1935, así que cuando entra a la UP era muy joven, unos 18 años. Cuando se vincula al Movimiento de Liberación Nacional (MLN-Tupamaros) rondaba los 20 y pico. Participó en muchas operaciones del MLN, que si bien muchos lo califican como marxista, era más bien un movimiento nacionalista.
—¿Cómo fue la relación entre el MLN y el Frente Amplio en sus orígenes?
—El Frente Amplio tenía una estrategia democrática y representativa, mientras que el MLN había optado por la vía armada. El MLN no participó directamente en el Frente al comienzo, aunque sí lo hizo el Movimiento 26 de Marzo, que dirigía mi padre, y que era afín al MLN.
El Frente Amplio fue fundado por figuras ilustres como el general Líber Seregni y recibió aportes tanto del Partido Nacional como del Partido Colorado. Aunque perdió su primera elección contra Bordaberry, nació como una fuerza multitudinaria con más del 20% de los votos.
—¿Qué pasó luego del golpe de Estado en Uruguay?
—Vino la dictadura de Bordaberry, una larga noche. Mujica fue apresado y pasó años en condiciones inhumanas, incluso incomunicado. Se cuenta que se comunicaba con las hormigas porque los soldados tenían prohibido hablarle. Cuando llegó el retorno democrático con el gobierno de Sanguinetti, fue liberado junto con otros presos políticos.
—¿Cómo fue la transición de Mujica hacia la democracia institucional?
—El gran mérito de Mujica fue que, habiendo abrazado la lucha armada y sufrido en prisión, cambió de perspectiva. Abrazó la democracia en serio. Fundó el Movimiento de Participación Popular (MPP), hoy el sector más importante del Frente Amplio. Supo construir diálogo incluso con sus adversarios. Esa imagen de él abrazado con Sanguinetti y con la Calle padre no es una pose, es una realidad.
—¿Qué obsesiones o causas mantuvo Mujica a lo largo de su vida?
—Fue un gran humanista. Su obsesión fue siempre rescatar la solidaridad y la confianza en un futuro mejor. Cambió las formas, pero mantuvo la esencia. Supo perdonar, abrirse al diálogo y promover la unidad por encima del fundamentalismo.
—¿Cuál fue su vínculo con la Argentina y otros países latinoamericanos?
—Tuvo gran relación con muchos dirigentes argentinos, no con todos. Con el actual gobierno no se llevaba y lo dijo con claridad. Pero tuvo buenos gestos incluso con Macri. Yo me exilié en 1972, pasé por Chile, estuve en el golpe, viví la muerte de Perón en Argentina, y luego seguí por Colombia y México, siempre trabajé en temas sociales.
—¿Cómo describirías su legado?
—Pepe fue un convencido del latinoamericanismo, de la unidad regional. Supo dejar atrás el rencor y abrazar una democracia real, con diálogo, respeto y esperanza. Su legado es humanista, profundamente solidario y un ejemplo de transformación política.